Las empresas son actores clave contra el cambio climático. A la hora de reducir sus emisiones, lo mejor es que introduzcan enfoques innovadores y cambios tecnológicos. Pero, si les resulta complicado, siempre pueden optar por comprar derechos de emisión de carbono.
Algunos de los cambios que ya experimenta nuestro planeta no tienen precedentes. La subida del nivel del mar, los cambios en los patrones de precipitación y el derretimiento de los polos ya han comenzado y son irreversibles en cientos de años. Pero, pese a que el reto al que nos enfrentamos es de extrema gravedad, el último informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) señala que no está todo perdido: una reducción sustancial y sostenida de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de otros gases de efecto invernadero permitiría limitar el cambio climático.
En este sentido, cada vez más empresas y entidades financieras tratan de alinear sus estrategias y modelos de negocio con el objetivo de alcanzar la neutralidad climática antes de 2050. «Los riesgos relacionados con el medio ambiente, como el cambio climático o la deforestación, son también una fuente de riesgos financieros», señala el analista de finanzas públicas y sostenibles de la consultora y formación independiente en economía y tecnología Afi, Ricardo Pedraz, quien insiste en que la relación entre finanzas y medioambiente es creciente y bidireccional.
Por ejemplo, Pedraz explica que, en el caso de una entidad dedicada a las finanzas, cuidar del medioambiente es esencial también desde un punto de vista estratégico: si clientes como empresas y ‘startups’ se ven afectadas por pérdidas motivadas por el cambio climático, tendrán dificultades a la hora de devolver los préstamos.
En el caso de BBVA, la entidad se ha comprometido en su Marco Medioambiental y Social a reducir a cero su exposición a actividades relacionadas con el carbón, dejando de financiar a empresas relacionadas con el sector antes de 2030 en los países desarrollados y antes de 2040 en el resto de los países en los que opera. Además, este 2021, BBVA se ha convertido en el único banco español miembro del Grupo de Trabajo para la Ampliación de los Mercados Voluntarios de Carbono, una iniciativa liderada por el sector privado, que trabaja en la consecución de un mercado de carbono efectivo y eficiente para ayudar a cumplir con los objetivos del Acuerdo de París.
Estos mercados de carbono y sus activos, los bonos de carbono, son una de las herramientas en alza para la consecución de la sostenibilidad y una oportunidad para las empresas. Para apostar por ellos, hay que entender bien sus características, dónde se pueden adquirir y no confundirlos con los bonos verdes.
Los mercados de carbono son un mecanismo para hacer frente a las emisiones, cuyo origen se remonta a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, nacida en 1992 tras la Cumbre de la Tierra. Años más tarde, en 1997, esta convención dará lugar al Protocolo de Kyoto, un acuerdo internacional gracias al que los países industrializados se comprometieron a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), mediante políticas y medidas de mitigación.
En 2005 aparece así en la Unión Europea el Mercado Europeo de Derechos de Emisión, el principal mercado de carbono regulado del mundo. Gracias a esta iniciativa, se establece una cantidad total de GEI que pueden emitir las instalaciones contempladas en el régimen. Por debajo del margen permitido, las empresas e instalaciones pueden emitir derechos de emisión y, como ocurre con cualquier otro producto financiero, pueden comerciar con él según sus necesidades.
Por un lado, si una empresa a través del cálculo de su huella de carbono conoce que emite 200 toneladas de CO2, tendrá que adquirir bonos equivalentes para neutralizar su impacto. Por otro, si un proyecto certifica que está capturando carbono o que está disminuyendo sus emisiones ante una agencia contabilizadora, esta les indicará a cuántos bonos equivale su acción, para que después tengan la opción de comercializarlos.
Por tanto, el mercado de carbono comprende tres activos:
De momento, no existe un mercado mundial de carbono, como indica Rafael Menéndez, responsable de Estrategia en España y Portugal de la consultora nórdica AFRY Management Consulting. Hay distintas iniciativas, entre las que destaca la europea por ser la más antigua y la de mayor tamaño al incluir a los 27 países miembros de la UE. «La importancia y volumen del mercado europeo de emisiones ha aumentado de forma impresionante y, en sus más de 15 años de andadura, se ha demostrado que es un método bastante efectivo a la hora de reducir las emisiones», explica Menéndez.
En esta iniciativa, la Unión Europea recompensa a las empresas que más esfuerzos hacen por descarbonizarse, pero no lo hace a través de transferencias económicas de dinero público, sino estableciendo un límite autorizado. «Si una empresa no emplea todos sus permisos de emisión, los puede vender y, con ese dinero, ayudar a acelerar su descarbonización», explica Menéndez. La cantidad máxima permitida de emisiones está determinada según el tamaño y el sector de la empresa. Por ejemplo, las eléctricas no poseen ningún derecho de emisión gratuito, mientras que las cementeras sí lo tienen. Esto se debe a que las primeras son mucho más fáciles de descarbonizar mediante el empleo de energías renovables, señala el experto.
Además, destaca que el mercado financiero tiene la capacidad de multiplicar por 10 o por 50 este mercado «físico» o «real» de bonos, algo que el experto califica como muy positivo ya que, cuantas más transacciones se realicen y más contrapartes se involucren, mayor será su liquidez. «Esto significa que se incrementa la transparencia en los precios, reflejando mucho mejor la realidad y lo que todo el mundo está dispuesto a pagar por los bonos», sentencia Menéndez.
A menudo, los bonos de carbono se confunden con los bonos verdes, empleándose incluso de manera indistinta. Sin embargo, el responsable de bonos verdes y sostenibles de BBVA, Ángel Tejada, explica que existe una notable diferencia entre ambos: «Los bonos verdes son un instrumento de financiación de renta fija, en los que hay un emisor que solicita dinero en un mercado financiero o de capitales a una serie de inversores. Por su lado, el bono de carbono es un certificado que registra la reducción de la huella de carbono».
Por tanto, los bonos verdes permiten movilizar financiación procedente de inversionistas institucionales a proyectos que tengan un impacto ambiental positivo, mientras que los bonos de carbono son una fórmula sencilla para compensar emisiones, ya que no exige que tengan que modificar sus actividades.
En ambos casos, eso sí, la clave está en la sostenibilidad. Unido a ella, un comportamiento corporativo respetuoso no solo contribuye a la disminución de desastres naturales que puedan afectar a la actividad de la empresa; también mejora su reputación, evita sanciones y reduce los costes al emplear menos agua o energía. Y, en el caso de una empresa cuyo proceso de descarbonización sea lento y arduo, puede ir encaminándose en la dirección correcta mediante la compra de bonos de carbono, el tándem perfecto entre sostenibilidad y finanzas.