Desde Japón hasta Estados Unidos, pasando por Reino Unido o la India. En la actualidad es posible recorrer múltiples rincones que han visto nacer o reviven algunos de los hitos más relevantes de la ciencia y la tecnología. Bajo el mantra de practicar un turismo cada vez más sostenible y tecnológico, pasearse por el Deutsches Museum, en Múnich, o la estación científica Charles Darwin, en las islas Galápagos, sirve de formación e inspiración para todo visitante con un alma innovadora.
«El sentido de la vida es cruzar fronteras», afirmaba el periodista y escritor, Ryszard Kapuściński, en una entrevista concedida a El País en el año 2006. Tomar el pasaporte y aventurarse a conocer diferentes lugares no solo es una experiencia que enriquece a nivel personal al estar en contacto con otras culturas, sino que también puede motivar la capacidad innovadora.
«El contacto con el patrimonio científico y tecnológico, especialmente desde edades muy tempranas, puede servir de inspiración para las mentes del futuro», afirma Fernando Luis Fontes Blanco, director del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (MUNCYT).
Este centro gestionado por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), y dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación, sirve de ejemplo, al guardar en su colección piezas como un ordenador IBM 650 o una calculadora Colmar.
«En los últimos años, nos hemos dado cuenta que la ciencia y tecnología no se han desarrollado de manera lineal, sino que ha habido múltiples cunas simultáneas», asegura por su parte Xavier Roqué, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Barcelona y coordinador del Grado en Ciencia, Tecnología y Humanidades.
En la actualidad, todo emprendedor tiene la oportunidad de encontrar numerosos lugares en los que inspirarse a través de centros punteros en innovación como Tel Aviv o Silicon Valley. Pero existe otra ruta alternativa, donde es posible viajar a través de años de historia y explorar aquellos lugares que han visto nacer o albergan en su interior grandes hitos científicos y tecnológicos. Lanzar una mirada al pasado para ver los descubrimientos del futuro.
El itinerario arranca en Japón, entre templos milenarios y distritos que transpiran tecnología como el de Akihabara. En la capital del país del sol naciente, Tokio, se puede visitar el Museo Nacional de Ciencias Emergentes e Innovación. En este emplazamiento es posible conocer a Asimo, el robot de Honda que echó a andar en el año 2000 y supuso toda una revolución en el campo de la robótica al ser capaz de caminar manteniendo perfectamente el equilibrio.
Sin salir del continente asiático, la travesía continúa en China. Además de tener la oportunidad de recorrer ciudades como Shenzhen, que integra las sedes de compañías tecnológicas como Huawei, es posible visitar el FAST Telescope. Situado en la provincia de Guizhou se trata del radiotelescopio de plato único más grande del mundo con unas dimensiones de 500 metros de apertura.
Precisamente, los aficionados de la astronomía pueden seguir la ruta en la India y descubrir otro enclave único. En el país, además de tener la oportunidad de pasear por las salas y exposiciones del National Science Center, en Nueva Delhi, se puede recorrer el observatorio de Jantar Mantar, en la ciudad de Jaipur, complejo construido a principios del siglo XVIII y que conserva el reloj de sol más grande del mundo.
El Viejo Continente ofrece toda una selección de recorridos para disfrutar de ubicaciones que han sido esenciales por su contribución a la ciencia y tecnología. En Reino Unido, son puntos para marcar en todo mapa científico y tecnológico los centros como el Real Observatorio de Greenwich, esencial por su aportación a la astronomía y la navegación, o el Museo de Historia Natural. También nos encontramos con Bletchley Park, enclave en el que trabajó Alan Turing y que fue crucial para descifrar los mensajes encriptados de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
En Bletchley Park, se muestra el papel destacado, y muchas veces oculto de la mujer en la Historia y se destaca la relevancia que tuvieron cerca de 8.000 mujeres para que la guerra diese un giro decisivo. Para aproximarse a esta dimensión Xavier Roqué, recomienda la visita del Museo Curie en Paris, el ‘chateau’ de Cirey y la lectura de dos artículos: ‘Mujeres y ciencia en la España de la Ilustración‘, de Elena Serrano, y ‘La Polémica de los sexos en la historia de la ciencia‘, de Montserrat Cabré.
Otra parada para acercarse a grandes hitos de la ciencia y tecnología se encuentra en el Deutsches Museum de Múnich, un lugar para acercarse al péndulo de Foucault, la jaula de Faraday o exposiciones de minería, química y astronomía.
Tampoco puede escaparse en este itinerario otras localizaciones donde lanzar una mirada al pasado, presente y futuro de la ciencia y la tecnología como son el museo del inventor Nikola Tesla, en Belgrado, o el Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN) en Suiza, clave para el descubrimiento del bosón de Higgs.
La aeronáutica, la astronomía y la computación son las disciplinas que destacan si nuestro destino de turismo tecnológico y científico es Estados Unidos.
Por ejemplo, en el Museo de Historia de la Computación, en California, programadores y amantes de los ordenadores pueden deleitarse gracias a las múltiples piezas que aloja como la supercomputadora Cray-1, calculadoras antiguas o una tetera Utah, clave para el desarrollo de los gráficos generados por ordenador. Sin salir de la costa oeste, en San Diego, el Observatorio Palomar es otro recinto que sorprenderá.
En la costa este el entretenimiento científico y tecnológico también está asegurado. La ruta comienza en el Museo del MIT y continúa en Nueva Jersey, enclave donde quedar asombrado por la Antena Holmdel Horn, donde se obtuvo la primera evidencia que apoyaba la teoría del Big Bang. Hacia el sur, visitar el Museo Nacional del Aire y el Espacio, en Washington, así como el Centro Espacial Kennedy se convierte en la guinda de esta particular gira tecnológica.
En Latinoamérica también es posible encontrar la raíz de los avances en ciencia o tecnología que hoy disfrutamos. En este sentido, el punto de referencia se encuentra en las Islas Galápagos, en Ecuador, donde es posible acercarse a la Estación Científica Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución. Este espacio incluye colecciones de historia natural «con más de 100.000 especímenes de plantas, invertebrados terrestres, vertebrados y especies marinas», tal y como apuntan en la web de la Fundación Charles Darwin.
Visitar este complejo llenará de energía a todo espíritu científico y tecnológico. Sin embargo, caminar a través del Observatorio del Cerro Paranal, ubicado en el desierto de Atacama, en Chile, el Puerto Espacial de Kourou, ubicado en la Guayana Francesa, el jardín botánico de Montevideo o el Museo del Mañana, en Río de Janeiro, servirán para completar aún más la experiencia.
Realizar paradas obligatorias para cualquier amante de la innovación como la de Bletchley Park también es una buena muestra del amplio número de lugares que durante años se mantuvieron en el olvido y que hoy son lugares para profundizar en las raíces de algunos avances científicos y tecnológicos de los que disfrutamos.
De hecho, este parque hoy no se entendería sin el esfuerzo de la ingeniera Sue Black, quien en 2008 inició una exitosa campaña por redes sociales para impulsar el valor de este enclave y asegurar su supervivencia.
«Existen numerosos espacios de ciencia y tecnología que se podrían multiplicar porque, no es que no existan, es que no se han transformado en museos y ahí queda mucho terreno por recorrer. Hay que dignificar lugares donde históricamente se ha innovado, aunque sean lugares modestos», señala el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, Xavier Roqué.
Como ejemplo, el profesor cita el Real Seminario de Vergara (Guipúzcoa), donde los hermanos Elhuyar descubrieron en el año 1783 el wolframio, elemento químico que resultaría clave para la industria.
En definitiva, recorrer los lugares que han supuesto un cambio de paradigma en nuestro mundo, y lanzar durante unas horas la vista atrás en el tiempo a través de los instrumentos y documentos que guardan, puede convertirse en el detonante que conduzca a la próxima gran transformación.
Habitualmente, hablar de innovación significa adoptar una mirada futurista, pero el cuidado y mantenimiento de los espacios que protegen el pasado resulta clave para moldear las mentes más disruptivas, tal y como respalda el director del MUNCYT, Fernando Luis Fontes: «El patrimonio científico e industrial es parte integral de nuestro valor cultural y es nuestro deber conservarlo y legarlo a las generaciones futuras».